martes, 5 de agosto de 2008

‘ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente’

A pesar que son varias las experiencias de servicio que podemos tener acumuladas en el cuerpo, siempre hay algo nuevo en cada una de ellas. Y es así, porque Dios se hace presente y Dios nunca es monotonía, al contrario! siempre es novedad.
Esto no es una oda a la pobreza, pues ella no es parte del Reino de Justicia que – se supone – estamos buscando y formando. Que esto quede claro.
En estos momentos, fuera de expresar los sentimientos que mueven la guata miércoles a miércoles, queremos compartir una idea que nos dejó pensando esta última semana y que es sobre ‘el círculo de la pobreza’.
Esta idea nace del hecho de constatar que la gran mayoría de los hombres que llegaron al albergue esa noche, vienen de la cárcel. Resulta que salen de ella obteniendo la ‘libertad’, pero, una vez fuera, les cuesta, en demasía, encontrar trabajo a causa de sus antecedentes manchados. Pierden lo poco y nada que tienen y, además, les quitan las oportunidades para surgir. Entrando a la cárcel (por el motivo que sea), - en sentido figurado – no salen nunca más de ella. Es un hecho que los persigue por toda la vida.
Muchos de estos hombres tienen una pésima educación, ya sea porque lo que estudiaron fue de pésima calidad, o bien, porque simplemente no aprovecharon sus estudios; si a esto le sumamos el tiempo de cárcel y más tarde, la cesantía producto de lo anterior, podemos deducir una vida difícil y con escasos recursos, o los mínimos para comer y dormir. Los necesarios ‘para llegar al Hogar de Cristo’. Esta no es la vida que nos invita Dios. Y no pensemos que esto le pasa a ‘una sola persona’, pues detrás de ella viene su familia, no la de origen, sino que la que formó, con cónyuge e hijos. Niños con escasos recursos, pocas oportunidades... un futuro poco alentador. El círculo de la pobreza.
A pesar de lo duro de esta realidad, nos llama profundamente la atención como muchas de estas personas aún ríen, juegan y tiran la talla, como si todo ‘estuviera bien’. Eso nos resulta increíblemente cruel. Nos da pena, nos entristece y nos hace duro el camino de regreso a casa, donde tendremos una cama seca y caliente, bastante comida y obligaciones universitarias por las cuales preocuparnos. Pareciera ser que tenemos el futuro bien asegurado. Disculpen ustedes, pero nos es inevitable hacernos una pregunta (personal) honda: ‘¿Por qué se me ha dado tanto.. y a otros tan poco?’. Creemos, profundamente, que debemos hacernos cargo de esta pregunta, para que estas experiencias de servicio sean más que ‘una anécdota más de la vida’, o bien, una actividad más entre tantas otras. La experiencia de servicio, si no va unida con el cuestionamiento de la propia vida, queda coja.
Las pocas líneas que tenemos no dan abasto para proponer soluciones, programas o para buscar culpables. El objetivo es otro
No buscamos golpearnos el pecho. Eso sería demasiado fácil y al final del día no solucionamos nada. Lo primero que debemos hacer es dar las gracias por tanto bien recibido, por nuestra familia, bienes, propiedades y educación. Lejos de recriminar sobre esto, debemos agradecerloprofundamente. Sin embargo, nos quedan dos pasos. El primero es administrar con caridad y responsabilidad lo que tenemos y lo segundo es asumir la responsabilidad social que tenemos, por haber recibido más que otros.
Con lo primero nos referimos a, entre otras cosas, ‘carretear con criterio, gastar dinero con cuidado, realizar actividades solidarias, participar en grupos sociales, estudiar con seriedad, tener delicadeza con el vocabulario ( palabras como flayte,por ejemplo), etc’.
Con lo segundo, hacemos una invitación a hacerse cargo de la propia vida, es decir, tomarla en las manos, ver, juzgar, discernir y actuar por el bien de otros. En otras palabras: ‘dar la vida por nuestros hermanos más necesitados’... arriesgarlo todo por otros. Es la radicalidad del evangelio, es la radicalidad a la que todos estamos llamados. Si nos apuran un poco, es el llamado a la santidad que tenemos todas las personas sin distinción. La santidad se juega en el nivel de desprendimiento personal al que podemos llegar. ¿Somos capaces de dejarlo todo por un bien mayor?.
En palabras más sencillas, debemos comenzar a pensar como utilizaremos nuestros estudios y vida, en servicio y aras de un país y mundo más justo, donde podamos todos ser felices desde lo más básico hasta lo más profundo. Un país y un mundo donde reine la Justicia, la Paz y el Amor. Un país y un mundo donde podamos mirarnos a los ojos sin rencores ni filtros, un lugar donde todos nos reconozcamos esencialmente iguales. Un lugar donde caigamos en la cuenta de nuestra condición de hijos de Dios.
Amigos! Es el Reino de Dios.

Paulina Borroni Montecino
Carlos Campos Castillo

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